domingo, 14 de febrero de 2016

DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ

Blog Católico de Javier Olivares, jubilado


DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ 
Texto: Jesús Martínez García Imágenes:
 Palmira Laguens Melodía: 
A. Bruckner. Virga Jesse

Primer Dolor y Gozo


Primer Dolor y Gozo. José se sabía verdaderamente afortunado por haber encontrado a María, una mujer que pensaba como él y tenía a Dios como valor más importante de su vida. Reconoce y agradece los designios de la Providencia divina. En medio de su deseo por agradar a Dios y amar a su esposa observa con sorpresa que María espera un niño. ¿Qué significa aquello? María era una mujer muy especial y en ese momento sospecha que algo grande ha debido suceder; un misterio divino como tantos otros que recoge la Biblia. José piensa que tiene que desaparecer de la escena y dejar que Dios haga como desee. Pero sufre, sufre muchísimo porque eso supone dejar a quien más quiere en el mundo. En ocasiones no se entiende lo que sucede. ¿Qué hacer entonces? Mirar a Dios y esperar. Dios es fiel; quien se apoya en él no quedará defraudado. 

Cuando se consideran las cosas en la presencia de Dios se pueden ver como Dios las ve. A José se le hace entender que María ha concebido virginalmente y no sólo no debe abandonarla, sino que, siendo su esposo, el Salvador nacerá en el seno de una familia, de la cual él será el padre, pues debe poner el nombre al Niño. Gozo inmenso al conocer su misión: cuidar al Mesías prometido. Se le pide –¡nada menos!– no separarse de Jesús ni de María. El dolor ha dado paso a la alegría desbordante y se va corriendo a contar a su esposa lo que acaba de descubrir: su vocación. Antes José se sentía afortunado, pero al comprender los planes divinos siente una alegría mayor. José mira con inmenso cariño a María y agradece a Dios haberle escogido a él para contemplar y participar en tales sucesos divinos.

Segundo Dolor y Gozo.


Segundo Dolor y Gozo. José va con su esposa a empadronarse a Belén, porque ambos descienden de la casa de David. Después de varios días de camino, por fin llegaron. Estando allí, a María se le cumplieron los días de dar a luz (Lc 2, 6). Las casas estaban llenas, la posada también, no quedaba libre ni un rincón para que el Niño pudiera nacer. La pena de no poder dar al Mesías lo mejor ensombrece el rostro de José. María le saca de sus pensamientos. Desde encima de la mula le dice con su mirada: «No te preocupes; ya nos arreglaremos». Y a las afueras del pueblo se van, a una cueva. A veces Dios permite que suframos y pasemos necesidad porque ése es el clima propicio para que Él pueda nacer en nuestro corazón. Cuando sienta en mi vida la pobreza o la soledad, diré: «Señor, yo sí te quiero recibir; cuenta conmigo». 

Cuando nace un niño se olvidan los sufrimientos porque ahí delante, sonriendo, está ese don del cielo que es la vida humana. José, además, tiene delante de sí al Hijo de Dios. Siente la alegría de tener a Dios cerca, muy cerca. Van llegando unos pastores que, por indicación de ángeles, quieren ver al Salvador. Y se organiza la fiesta con panderetas y zambombas porque también ellos han encontrado al Niño Dios. El canto de miles de coros angélicos envuelve las voces de los pastores, manifestando que es fiesta en el cielo y en la tierra. María conservaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón (Lc 2, 19). José también las pondera y nos enseña que la oración consiste en esto, en contemplar a Dios y ver nuestra vida a la luz de la vida de Jesús. Entonces, el corazón se enciende y rompe a cantar de alegría.

Tercer Dolor y Gozo. 


Tercer Dolor y Gozo. «¡Que no le hagan daño! –piensa José– que para mí es más que un hijo». Pero hay que cumplir con la Ley, porque así lo dispuso Dios para que Jesús formase parte del Pueblo escogido. Y el Niño llora. Si no hubiera habido pecado los hombres no sufriríamos. Al principio, recién creados, los hombres eran buenos, pero ellos se alejaron de Dios y se hicieron daño, a sí mismos y a los demás. Pasados los siglos, Dios hizo una Alianza para que los hombres, viviendo según los Mandamientos, fueran buenos. Y esa alianza se selló con sangre. El mundo llora, ¿y por qué llora? A veces cumplir los mandatos del Señor supone sacrificio, pero siempre es mayor el sufrimiento por no seguirlos. ¡Cuándo aprenderemos definitivamente que la Ley de Dios es camino de libertad, de felicidad, de amor! 

El nombre indica su misión en esta tierra: Jesús, el Salvador. Pero este Niño no va a quitar los males que aquejan a la humanidad, porque mientras haya pecados, el sufrimiento podrá servir de purificación y de corredención. Lo que hay que hacer es quitar la causa, el pecado. Es preciso que cada uno seamos buenos y arranquemos el pecado del mundo, como hizo Jesús, que murió desangrado en la Cruz. La sangre de la circuncisión es símbolo de la redención. Le han puesto por nombre Jesús, que significa «Dios salva». Toda su vida será camino salvador, y especialmente en la Cruz y la Resurrección se abrirán las compuertas de las aguas de la salvación. ¡Qué alegría saber que, unidos a Cristo en los Sacramentos y en la Cruz de cada día, toda nuestra vida tiene sentido redentor!

Cuarto Dolor y Gozo. 


Cuarto Dolor y Gozo. Simeón advierte a María y a José lo que habrán de sufrir aquellos que quieran estar con Jesús. Serán perseguidos por causa de la justicia, por vivir conforme a la verdad. Y a María se le augura que su alma será traspasada por una espada de dolor. José sufre por la dureza de los corazones de tantos que no admiten ni a Jesús y ni la verdad que predicó, porque buscan su verdad, su felicidad egoístamente. Y sufre por cuantos son maltratados por cumplir la voluntad de Dios. Dios puede hacer milagros, pero no puede cambiar el corazón de quien no es sincero y no quiere reconocer la verdad. Y eso, a José le duele, porque sabe que la felicidad y la salvación pasan por la puerta de la sinceridad. 

Ciertamente Jesús será signo de contradicción para quienes no amen la verdad, pero será sobre todo luz para millones de mujeres y de hombres de toda la historia. Las gentes se agolpan junto a la Sagrada Familia y al anciano sacerdote, y están mirando la Luz. Son los albores del cumplimiento de las palabras de Simeón, quien agradece a Dios haber podido ver al Mesías antes de morir. José es feliz con Jesús. El no es su padre en el orden natural, pero lo es espiritual y afectivamente mucho más que si lo fuera. José es también nuestro padre en el orden espiritual, y goza viendo la Luz –que es Cristo– en nuestras almas. Verdaderamente hay alegría en el cielo cuando nosotros –pecadores– nos arrepentimos, cuando reconocemos con sinceridad la verdad de Dios y la fe se hace vida en nuestra conducta.

Quinto Dolor y Gozo.



Quinto Dolor y Gozo. Es todavía de noche cuando la Sagrada Familia tiene que huir de Belén hacia el lejano Egipto. Pero José está acostumbrado a obedecer a Dios y lo hace con prontitud. No inquiere sobre las razones que pueda tener Dios al ordenar ese viaje, porque Dios siempre sabe más. Obedeciendo a Dios el hombre no se equivoca nunca. Sólo se equivoca cuando el príncipe de la mentira distorsiona la realidad y hace que se vean con aparente claridad cosas que no son verdad. Bendita obediencia que descomplica el alma y hace que el hombre tenga una especial confianza con Dios. El sacrificio que comporta cumplir la divina voluntad traerá enseguida el gozo. 

Sin él saberlo, se están cumpliendo las Escrituras sagradas. No conoce hasta cuándo tienen que estar en Egipto. De momento está viviendo donde Dios quiere, como Dios quiere, con quien Dios quiere, hasta que Dios quiera. Procurando trabajar y entablar amistades, santificando lo que tiene que hacer en esos momentos. Porque ahí le espera Dios. Cuando se ama la voluntad de Dios se es muy feliz. La imaginación – movida por la vanidad – puede sugerir que en otro lugar o con otras personas seríamos más felices. No hay que esperar al día de mañana o a que cambien las circunstancias para servir a Dios. Ahora es cuando hemos de realizar sus designios. Entonces se cumplirán sus palabras y escribiremos una historia humana que será a la vez historia santa, en medio de la vida corriente. Quien descubre esto, se llena de gozo y seguridad.

Sexto Dolor y Gozo.



Sexto Dolor y Gozo. En el viaje de retorno a casa José tiene que cambiar los planes; toma el desvío y sigue hacia el norte, hacia Galilea. Va con Jesús –que ya tiene unos años– y con María; pero aunque camina contento, está preocupado por solucionar los problemas de cada día, por evitar los peligros del camino. Y no descansará tranquilo hasta el final del viaje. La vida consiste, en cierto sentido, en ir de camino. De camino hacia la casa del Padre, nuestra morada definitiva. Cada día es un paso que nos puede acercar al cielo. Pero no caminamos solos, vamos en compañía de otros, sobre todo de nuestra familia. Sería muy cómodo –muy egoísta– vivir sin preocuparse de los demás. Como a José, también a nosotros nos pide Dios que carguemos con la salud espiritual y física de los que nos rodean. 

En Nazaret estableció José de nuevo su taller de artesano. Trabaja y trabaja con la garlopa. María también trabaja. Y Jesús, todavía niño, juega con las virutas de serrín; aprende a moverse entre clavos y maderos para el momento de la redención. José goza porque Dios ha querido que sea artesano, padre y esposo. Porque, precisamente en medio de esas tareas, él está con Jesús y con la Virgen María. Trabajar satisface humanamente, es medio de subsistencia, sirve para sacar adelante la familia. Pero sobre todo es el instrumento que tenemos para servir a Dios y a los demás. Nazaret ha quedado para la historia como el modelo de hogar, y el lugar donde Dios enseña a trabajar por amor y con alegría sobrenatural. El santo patriarca será el patrono de quienes trabajen con ese sentido cristiano. ¡Qué gozada vivir en una familia así, trabajando como Él!. 

Sexto Dolor y Gozo.


Séptimo Dolor y Gozo. Cuánto dolor embargaba a José y a María aquellos días. Tantos desvelos, tantos cuidados, tantas alegrías..., y ahora no tenían al Niño. Además Dios les había dado el encargo de custodiar a su Hijo, ¡y lo habían perdido! José y María preguntaron a unos y a otros. Nadie sabía nada. Tres días que se hacían larguísimos. A otros este suceso les dejaba indiferentes, a sus padres no. Sufrían sobremanera porque valoraban Quién era Jesús: Dios con nosotros. ¡Qué pena si no nos dolieran los pecados, pues nos separan de Dios! ¡Qué pena si no los valorásemos como lo peor que puede suceder en el mundo! Ojalá tengamos aquellos sentimientos que tuvieron sus padres para que se nos rompa el corazón –de dolor de amor– al ver el pecado en nosotros o en los demás. 

¿Cómo expresar la alegría de María y de José al encontrar al Niño? ¿No era alegría desbordante la que sentían los apóstoles y las santas mujeres después de encontrarse con el Resucitado? ¿No es alegría lo que hay en el cielo cuando un pecador se convierte y hace penitencia? Porque no hay felicidad como la de estar con Jesús. ¿Y dónde estaba el Niño? Estaba en el Templo. Jesús esperaba que sus padres le buscaran allí, como también hoy espera de nosotros que vayamos a la casa de Dios, le encontremos en su Palabra, nos alimentemos con la Eucaristía y nos unamos a Él por el amor en el sacramento de la Penitencia. Si tenemos tristeza es porque nos apartamos de Dios. Si queremos ser felices, muy felices, ya sabemos el camino: estar con Jesús. Que estemos siempre con los Tres: con Jesús, con María y con José.


Invocaciones:

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
 —Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
 —Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.


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